Por: Juan Guillermo Pérez Hoyos
A la política del Gobierno de vender los activos públicos para presentar los recursos así obtenidos como ingresos corrientes, que no lo son, la han comparado, el exministro Guillermo Perry con vender la fábrica para pagar los sueldos de los empleados y Kalmanovitz con vender la nevera para hacer mercado. Ambos denunciaron que, aparte de lo desatinado de esa política, detrás de ello existe todo un entramado para maquillar la contabilidad pública presentando como reducción del déficit fiscal lo que realmente se constituye como un mecanismo de financiación de éste y así llevar esos dineros al gasto público. Pura contabilidad creativa.
Pero a quien le falta creatividad es al ministro de Hacienda, que frente al grave problema del desempleo manifestó que no tenía ni idea de las causas que lo originan y, claro, menos aún de las medidas para corregirlo. Y eso, que para la medición del desempleo sobra la inventiva. El ciudadano del común cree que lo opuesto del desempleo es la ocupación, pero queda perplejo cuando ve que, para el pasado mes de junio, mientras la tasa de desempleo fue del 10.7%, la de ocupación fue del 59.0%. En dónde está la bolita, se pregunta uno, y la bolita está en la fantasía de la estadística aplicada a la medición de ciertos indicadores sociales, como el del desempleo, para el cual las personas que llevan más de un año sin trabajo ya no cuentan, pues están incluidos en un lugar denominado inactivos, factor que no interviene en la medición del desempleo.
Desde siempre los gobiernos han sostenido que el gasto fiscal que se asume en cada reforma tributaria con las prebendas que se conceden a ciertos capitales va a ser suplido con creces por la generación de empleo que van a hacer los contribuyentes beneficiados; venden la idea de que, al recibir beneficios tributarios, los elegidos van a contar con recursos para generar empleo, aportando así nuevos contribuyentes personas naturales al fisco nacional y nuevos ciudadanos con capacidad de compra para dinamizar la economía. Pero la terca realidad ha mostrado lo contrario, y, de persistente, ha develado que las concesiones tributarias sólo producen beneficios a los directos implicados.
Entonces, hay que echar mano de los contribuyentes de menores ingresos para que ayuden con la carga del gasto fiscal de cada reforma y del hueco fiscal de cada negociado. Ya los veo anunciando para la reforma tributaria del próximo año la necesidad patriótica de contribuir con las finanzas de la nación, razón de más para poner a pagar impuestos a quienes devengan desde uno y medio millón de pesos al mes, intento que ya se hizo en la reforma del final del año pasado. Creo que esta vez sí pasará, pues el flacucho erario no da para tanto y la patria llama a pagar la corrupción de Odebrecht y de Electricaribe, así como hemos pagado la de Reficar, la de Saludcoop, la del agua y sus bonos y todas las demás que han sido, hasta tendremos que pagar la de El Alcaraván y las demás que vengan porque el mundo sigue.
Otra sería Colombia, si la inteligencia y la imaginación desbordadas que se ponen al servicio de lo perverso se pusiera para causas nobles. Pero, no. Luego de vender la nevera para hacer mercado, tocará vender los demás electrodomésticos y aparatos y cuanto traste y trebejo tengamos en casa para pagar los impuestos. Es el destino que nos guarda “la suerte miserable que les está reservada a aquellos que vivieron sin cometer infamias, y sin hacer méritos.”